JORNADA 25 – 12/02/2017 [Osasuna – Villarreal C.F.]
Por Miguel Moreno Ariztegi
Acercarse a El Sadar es una actividad placentera. Uno camina por el campus de la UPNA disfrutando de los soles de una adelantada tarde primaveral, se para a observar la nueva ordenación urbana de los alrededores del estadio y aprecia cómo la afición responde -un día más- a la convocatoria de un partido entre semana con la esperanza de que esta vez sí, por fin, Osasuna gane en casa. Supongo que las más de 13.000 personas que acudimos a ver a los rojos jugar contra el Villarreal teníamos una idea parecida a esa en la cabeza.
Al entrar al campo, el nuevo césped -estrenado contra el Real Madrid- y el cambio de los videomarcadores también indican que el club está vivo, que ahí pasan cosas. Además, la vista privilegiada desde las cabinas de prensa permite observar el crecimiento de la ciudad: Lezkairu, la remozada entrada sur, el Navarra Arena, etc. Conversaciones todas -el tiempo, el urbanismo reciente, los amigos o incluso operaciones quirúrgicas si no revisten gravedad especial- mucho más socorridas y adecuadas que cualquiera que tenga algo que ver con lo deportivo, con la Liga, con el juego del equipo o con su falta de todo.
Esos detalles, y la ovación del Sadar a Soldado, que tantas alegrías nos dio en los días que fue Gudari, constituyen la raquítica lista de las buenas noticias relacionadas con Osasuna. De fútbol, mejor no escribir. 0-1 en el minuto uno y de ahí a peor. Goleada del Villarreal y hundimiento generalizado: en la clasificación, en lo moral y en lo deportivo. Ver atacar a Osasuna no es sencillo, pero verlo defender es directamente un suplicio.
Solo la afición, con Indar Gorri al frente, parece no verse sobrepasada por las circunstancias: no dejó de animar ni uno solo de los 90 minutos, literalmente. Mucho mérito para unos sufridores que tienen mucho de qué quejarse. Porque si Osasuna nunca ha sido un grande en lo futbolístico -con perdón-, sí lo era al menos en eso que convenimos en llamar carácter: una especie de orgullo, de rasmia, de ligazón con Navarra y sus gentes que hacía que incluso los menos dados a lo futbolístico se alegrasen de sus triunfos, y los más dados entendieran que sufrir no es tan grave si sabes quién eres y por qué lo haces.
Pero ya no. El equipo se arrastra apático por el campo, no pelea, no lucha, ¡ni siquiera se queja cuando se lanza un penalti, lo detiene el portero y el árbitro manda repetirlo!
En fin, que bajar a El Sadar ya no es un chute de adrenalina, una experiencia que te enchufa a la vida y te hace salir con ese orgullo quijotesco de pertenecer a algo grande, a un espíritu de lucha y superación que está por encima de las circunstancias, económicas y deportivas. Más bien resulta una buena actividad para aquellos que deseen reflexionar sobre lo efímero de la vida, de los triunfos y de la fama. Sobre la necesidad de disfrutar mientras se pueda y nos dejen, ya que más allá de todo esto que vemos, puede que no haya otra cosa. O sí.